A veces tengo miedo de dar. Dar siempre me había parecido algo natural en las relaciones entre las personas, y nunca había puesto freno a lo que me salía para los demás.
Cuando era pequeña y los mayores me contaban sus historias derrotistas y sus justificaciones para ya no creer en las personas, yo pensaba "A mí nunca me va a pasar eso, por muchas cosas que me salgan mal, seguiré confiando"
Ahora me doy cuenta de que no se trata de que las cosas salgan mal. No, las relaciones se acaban, y eso no quiere decir que hayan salido mal. Pero te dejan como si te hubieran pegado una paliza, como si te hubieran dejado sin ropa en medio de una rusia nevada, o como si ya no tuvieras fuerzas para afrontar sentimientos muy grandes.
Y no es que me sienta mal, al revés. Estoy muy contenta, pero hay cosas que todavía no puedo asumir. Hay causas que todavía no pueden ser la mía. Hay veces, que podría hablar y me callo, hay veces que podría dar y no lo hago. Porque he envejecido como 100.000 años desde que ya no te quiero, desde que ya no la quiero.
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